Creer por creer

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Muchas veces me he preguntado qué hace que una persona normal, sana de mente y espíritu (dentro de lo que podemos estarlo), con un cierto nivel de educación, que ha experimentado el mundo, pueda creer en Dios (en un dios), en santos, en la eficacia de los rituales religiosos, en supersticiones de todo tipo.

Daniel Dennett es un filósofo que se ha hecho la misma pregunta. Su conclusión es que la mayor parte de la gente es realmente creyente, pero no cree en Dios, sino en las creencias sobrenaturales mismas. Cree porque cree que creer es bueno, socialmente correcto, sensato, adecuado. Cree en la religión porque le enseñaron que no se puede vivir sin creencias religiosas.

Creer en creer
Si uno observa los sacrificios que algunas personas creyentes hacen, las privaciones, incluso los gastos en tiempo y dinero a los que se ven obligados por seguir su religión, resulta difícil y suena presuntuoso, a primera vista, asegurar que en realidad no creen en Dios (o la Virgen de Guadalupe, o el santo o mártir que venga al caso) sino que responden a un imperativo propio o social de creer en algo.

Sin embargo, cuando se observa con atención lo que supuestamente cree la persona, en la inmensa mayoría de los casos se puede notar que realmente no sabe definir aquello en lo que cree, delimitarlo conceptualmente, o hacer cualquier tipo de afirmación categórica útil sobre ello.

"Dios es amor" es categórico pero tan metafóricamente nebuloso que no provee ninguna información. "Dios envió a Su hijo para que muriera por nosotros" implica toda una teología y una mitología compleja que no tiene pies ni cabeza, ni se justifica salvo que uno crea en ella de antemano. "El Hijo de Dios nació de una virgen" es una afirmación metafísica producto de una mala traducción de un texto antiguo, elevada a dogma por una secta particular de una iglesia, pero nadie puede explicar qué significa en términos concretos. Uno esperaría que una creencia que puede cambiar el rumbo de una vida humana por completo, poner a una familia o a una nación contra otra, y (supuestamente) determinar el destino final de la esencia inmortal de una persona, debería ser factible de entendimiento.

La costumbre de la fe
Dennett dice que la gente no cree, sino que cree que cree, y hay buenas razones para esto. Debido a la forma en que se propaga una creencia, suele ser conveniente creer, o actuar como si se creyera, en la religión o superstición que se sigue dentro de la propia familia y de la sociedad. En algunos casos es obligatorio creer lo que la sociedad manda, bajo pena de degradación social, exilio o ejecución en caso contrario. En otros casos es conveniente o necesario profesar una creencia particular (o cualquier creencia religiosa/ritual) para conseguir un trabajo o figurar como miembro respetable de la comunidad. Pero entonces, ¿todos los "creyentes" son hipócritas, que dicen creer por mera conveniencia?

No necesariamente. Dennett, en una breve conferencia que dio al recibir un premio, utilizaba un ejemplo muy ilustrativo, que voy a usar aquí y ampliar un poco.

Supongamos que yo soy un hablante monolingüe de castellano. Tengo un amigo que habla un idioma distinto y sin relación con el castellano, digamos turco. Le pido a mi amigo que me dé una afirmación, en turco, que sea indiscutiblemente verdadera. Mi amigo me da un papel con una frase en turco de la cual no entiendo ni jota, y me asegura que es tan verdadera como que la Tierra gira alrededor del sol. Le pido que bajo ningún motivo me traduzca la frase. Como es mi amigo más fiel y lo dice en serio, confío en él ciegamente. Aprendo a repetir la frase, aunque no sé realmente qué significa. Si alguien me pregunta en qué creo, yo le muestro el papelito con la frase en turco y la recito poniendo toda mi fe en ello.

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También es posible, por lo tanto, creer en algo sin saber en qué se cree, lo cual se reduce a creer en la fuente. Creemos porque nuestros padres, maestros y amigos nos transmiten sus creencias. Creemos porque, si no lo hiciéramos, haríamos de esta gente que conocemos y amamos unos mentirosos o unos tontos. Con el tiempo, creemos por simple costumbre, de la misma manera en que por costumbre hacemos, de adultos, muchas cosas como nos las enseñaron nuestros padres.

Más todavía. Las sociedades humanas, desde que el mundo es mundo y hasta hace muy poco en términos históricos, han estado basadas en la religión, en creencias sobrenaturales y metafísicas, y en rituales varios, a veces en un matrimonio o alianza con los poderes temporales. Aun hoy hay muchos países donde la religión juega un papel más importante que la letra de la ley secular en el control social, y naciones que se definen por la pertenencia a una religión (o secta o culto dentro de una religión). Creemos porque nos dicen que sin una creencia unificadora, un mito común, la sociedad se derrumbaría, caería en el desorden y la ilegalidad, sería abandonada por los dioses. No es que nos lo digan con esas palabras, aunque éste sí es el caso en algunos lugares especialmente atrasados, como Irán o el centro-sur de los Estados Unidos. La mera presencia de una iglesia oficial en los actos públicos es una insinuación que dice: somos el sostén del poder, y ustedes no pueden vivir sin nosotros.

El misterio
Existe además, por fuera de las ideas políticas, una tendencia muy humana a buscar el misterio. Una frase en un idioma que no conocemos, si creemos en ella, puede ser misteriosa. Quizá la traducción sea una soberana tontería o una perogrullada, pero en tanto no la tengamos, podemos imaginar. No es difícil creer en lo que es obvio o ampliamente conocido; de hecho, es más meritorio y piadoso, según ciertas visiones de la religión, creer sin evidencia o incluso contra la evidencia. "Creo porque es absurdo", dijo famosamente Tertuliano, uno de los Padres de la Iglesia. El misterio nos permite creernos especiales: si yo y sólo yo tengo la comprensión privada y una interpretación de algo incomprensible para los demás, entonces soy especial, sin perjuicio de que los demás puedan acceder a esta verdad de otra manera.

El misterio, por otra parte, también puede traer inquietud, pero el misterio que nace de la religión siempre viene "empaquetado" con su propia resolución. Es posible encontrar misterios infinitos en la ciencia, en la exploración sin fronteras del mundo real, pero allí nos enfrentamos a dilemas éticos insolubles, a horrores sin mitigar, y a leyes que inexorablemente nos muestran un universo sin ley moral, un universo que no nos pertenece ni nos da la bienvenida. La religión y la superstición pueden hablar de horrores y espantos, pero la receta para evitarlos está siempre al alcance: una oración, un amuleto, unos días de ayuno y penitencia, una peregrinación, un roce fervoroso a una piedra o una estatua, una confesión.

¿Respeto o conformismo?
Por encima de todas estas razones, y complementándolas, está el hecho de que creer en algo sobrenatural, desde que el mundo es mundo y hasta hace muy poco, ha sido una norma social tácita y respetable (mientras que en muchas partes todavía es peligroso o sumamente inconveniente decir que uno no tiene ninguna religión). Está mal visto criticar las supersticiones del prójimo, y se considera de mala educación examinar en detalle o exponer al ridículo sus creencias. La superstición tiene carta blanca para ocupar espacios, y los líderes religiosos gozan de una licencia casi ilimitada para opinar y declamar sobre cualquier tema que ellos consideren de su incumbencia.

La religión suele ser un asunto aun más inflamable que la política en la mesa y en el salón de estar. Se evita el tema, y por ese recurso se lo protege. La idea de la conveniencia y la invulnerabilidad de la creencia sobrenatural continúa sin ser desafiada.

Por todo esto, decía Dennett, es necesario que los que no creemos en supersticiones hablemos, cuando podamos, en contra de ellas. El respeto que debemos a las personas no se extiende a las ideas. Si son ridículas o dañinas, las ideas religiosas deben ser atacadas y expuestas.

La mera existencia de personas que abiertamente descreen y que viven su vida normalmente es una afrenta para los que impulsan la superstición, porque muestra a los demás que creer no es necesario, que la "creencia en la creencia", como la llama Dennett, no tiene sentido.



Creer por creer Creer por creer Reviewed by José L. Bravo on 7:46 p.m. Rating: 5

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