"Si yo hubiese nacido feo, nunca habrían oído hablar de Pelé"...
De todas las ocurrencias del inolvidable George Best, y tuvo muchas, ésta sería probablemente la más apropiada como epitafio. Puede que fuese un comentario irónico, pero el inimitable futbolista norirlandés sabía lo bueno que era y, cuando estaba al cien por cien, pocos se le podían comparar. Con su técnica, su velocidad, su juego equilibrado y su férrea determinación, ver jugar a la gran leyenda del Manchester United era todo un espectáculo y un placer para la vista; y aquellos que le contemplaron en todo su esplendor se mantienen firmes en su opinión de que no tenía igual. Dicen que incluso el propio Pelé describió a este chico de Belfast como el mejor jugador que había visto.
Con todo, al imaginar el anonimato en el que podría haber sumido a O Rei, Best también reconoció "fuese adrede o no" los inevitables "¿y qué habría pasado si...?" que acompañan a cualquier reflexión sobre su turbulenta carrera. Y es que, ¿acaso podría ser de otra forma cuando un jugador con un talento tan extraordinario y exquisito se marchó de Old Trafford, y del futbol, con sólo 27 años? ¿Y qué decir del hecho de que Best se hizo tan famoso por sus excesos fuera del campo como por sus deslumbrantes actuaciones sobre el césped?
Así lo expresaba el propio ex jugador unos años más tarde: "Nací con un gran talento y, a veces, ese talento viene acompañado de una vena destructiva. Exactamente igual que quería pasar por encima de quien se me pusiera por delante cuando jugaba, tenía que pasar por encima de quien se me pusiera delante cuando salía a divertirme por ahí". En cualquier caso, conviene recordar que, mucho antes de que se convirtiera en el primer futbolista en ocupar las portadas de las revistas (lo que le valió el apodo de "el quinto Beatle"), el primer amor de Best fue el futbol.
De hecho, cuando era joven, practicaba este deporte con una diligencia y una dedicación casi enfermizas, hasta el punto de jugar los partidos con una zapatilla deportiva en su pie derecho y una bota en el izquierdo, para mejorar y perfeccionar su destreza con este último. Efectivamente, la práctica fue haciendo al maestro y, cuando Bob Bishop, veterano ojeador del Manchester United, vislumbró al delgado joven en Belfast, en un partido entre clubes infantiles, se quedó paralizado. El posterior telegrama de Bishop al entrenador de los Diablos Rojos, Matt Busby, era simple y conciso: "Te he encontrado un genio".
Un mensaje que, seguramente, leyeron con cierto escepticismo en Old Trafford. Sin embargo, todas las dudas se disiparon cuando el quinceañero Best llegó en 1961 para realizar una prueba de dos semanas. Víctima de una terrible morriña, el muchacho sólo duró dos días, antes de insistir en regresar a Belfast. Busby, no obstante, ya había visto suficiente, y se planteó como algo personal el tentar al chico para que volviese de manera permanente. Al cabo de dos años, y sólo cuatro meses después de cumplir los 17, Best hizo su debut con el primer equipo del Manchester contra el West Bromwich, ofreciendo un rendimiento que provocó los elogios del Manchester Evening News por su "talento innato" y su "estilo".
Esas palabras iban a estar indisolublemente unidas a Best durante los años siguientes, en los que, junto con Bobby Charlton y Denis Law, conformó un tridente ofensivo que permitió a los Red Devils reinar en Inglaterra y, a la larga, en Europa. Law lo describió como "el jugador completo" y, con apenas 21 años, parecía tener ya el mundo a sus pies. En 1968, el Manchester se proclamó campeón de Europa, y Best, tras haber jugado en todas las rondas y haber brillado con luz propia en la final, fue premiado con el Balón de Oro.
Desgraciadamente, esa posición distinguida y esa reputación recién adquirida también marcaron el principio del fin para el jugador británico más grande de su generación. Muy pronto, Best se metió en el mundo de los negocios, abriendo clubes nocturnos y tiendas de moda; y no pasó mucho tiempo hasta que un estilo de vida dominado por la bebida, el juego y las mujeres empezó a poner a prueba la paciencia de sus pagadores.
Mientras Charlton y otros compañeros en Old Trafford se mostraban públicamente contrarios a los hábitos extradeportivos de Best, Busby consentía los caprichos de su descarriado pupilo y, durante un tiempo, la genialidad del jugador justificó dicha benevolencia. Pero esa situación no podía durar. Best, frustrado porque el Manchester no lograba encontrar un recambio para las figuras entradas en años del equipo de 1968, regresó a los bares y a las discotecas; y sus ausencias no autorizadas empezaron a hacerse más prolongadas y más difíciles de justificar.
La llegada al banquillo de Tommy Docherty conllevó una situación límite que desembocó en el despido de Best. Hasta el propio Busby (para entonces, con un cargo de directivo) declaró a la prensa: "Lo queremos fuera de nuestra vista. Nuestra paciencia tiene un límite". Docherty entabló una breve tregua que condujo al regreso del jugador al año siguiente. Sin embargo, rápidamente se produjo otra recaída y, esta vez, el alejamiento entre las irreconciliables posturas fue definitivo. Best, con 27 años, se retiró del futbol.
Por supuesto, sus botas no permanecieron colgadas mucho tiempo, pero la siguiente etapa después del Manchester y el Teatro de los Sueños fue Sudáfrica, y un equipo que tenía por nombre el Jewish Guild. La decadencia empezaba y, si bien Best todavía conservaba la capacidad de deslumbrar con sus cualidades (aunque cada vez con menor frecuencia), se convirtió en un nómada del futbol, recalando en un sinnúmero de clubes de ubicaciones tan diversas (por no decir bizarras) como Cork, San José, Brisbane y Bournemouth.
La gente se moría de ganas por volver a ver la magia de antaño e, incluso, hubo presiones para que se incluyera al genio rebelde, ya con 36 años, en la convocatoria de Irlanda del Norte para el Mundial de España '82. Sin embargo, Billy Bingham se opuso, y Best, que había disputado el último de sus 37 partidos internacionales cinco años antes, quedó para siempre como uno de los mejores futbolistas que nunca ha honrado con su presencia la máxima competición futbolística.
Desde entonces, muchos jugadores han sido objeto de comparaciones con el astro, sobre todo en Old Trafford. Por ejemplo, en sus primeros años, Ryan Giggs creció con los Diablos Rojos sin hacer caso de quienes le etiquetaban como "el nuevo George Best". Alex Ferguson se apresuró a rechazar cualquier parecido: "Él nunca será un Best. Nadie lo será", afirmó el escocés.
"George era único, el mayor talento que nuestro futbol ha producido jamás, ¡con diferencia! En Old Trafford consideran que tenía unos tobillos extraordinariamente flexibles. ¿Recuerdan cómo era capaz de hacer esos giros de 180 grados, esas medias vueltas, simplemente girándose sobre sus tobillos? Además de para causar estragos en los defensas, eso le servía para evitar las lesiones, porque nunca se estaba lo bastante quieto para que los contrarios lo atraparan y le hiciesen daño", explicó Ferguson.
Por desgracia, Best fue incapaz de dejar de hacerse daño a sí mismo. A pesar de obtener una segunda oportunidad con un transplante de hígado en 2000, George siguió bebiendo y, a los cinco años, esa espiral autodestructiva desembocó inevitablemente en un trágico final. Cuando murió, sólo tenía 59 años. Hubo frustración en algunos círculos, y rabia en otros, pero el sentimiento dominante fue de gratitud y de un cariño eterno hacia uno de los auténticos grandes de este deporte.
Para sus seguidores, no hay nadie que pueda comparársele. Una pancarta que ondeaba al viento a lo largo de su recorrido fúnebre, en Belfast, lo decía todo: "Maradona good; Pele better; George Best" ("Maradona es bueno; Pelé es mejor; George es el mejor").
Foto | Getty Images
Fuente | FIFA
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