Lo que este primer debate dejó, además de mucha incertidumbre, es que otra vez se va a tener que votar contra AMLO, y, además, por el menos peor.
Tras el esperado primer debate presidencial de estas elecciones 2018, done, como siempre, nunca ocurrió tal debate, la conclusión más certera a la que podemos llegar es: pobre México...
Es triste, frustrante, lamentable que el presente y futuro próximo de este país esté en manos de este grupo de oligofrénicos, superficiales y enfermos de poder, porque eso fue lo único que reflejaron en este debate. Una de vivales que pretenden llegar a la presidencia vendiéndole a la gente pócimas mágicas para, según ellos, acabar, no tratar de combatir, sino acabar, erradicar la corrupción y la violencia, como si tales problemas se pudiera eliminar.
Nadie es realista (porque si no, no serían políticos); todos nos venden cortinas de humo y pretenden que creamos que ellos pueden llevar al país a un rumbo mejor, basándose en simples promesas y no en proyectos sólidos, concretos y realistas, así como en argumentos peyorativos, absurdos y hasta ingenuos.
Lo que este primer debate dejó, además de mucha incertidumbre, es que otra vez se va a tener que votar contra AMLO, y, además, por el menos peor; López Obrador no puede ser presidente porque está completamente chiflado, es mentalmente inestable y terriblemente inmoral. La elección está entre Meade, Anaya y Zavala; a Jaime Rodríguez El Bronco lo descarto porque es un auténtico caudillo, no tan demencial como AMLO, pero igual es una bala perdida.
El debate que nadie ganó
Lo primero que hay que comentar acerca de este primer debate es el formato, que fue distinto al anterior (donde, por si no lo recuerdan, hubo teiboleras y toda la cosa), y aunque a mi parecer quedó a deber, sí mejoró bastante. En esta ocasión hubo tres moderadores (Sergio Sarmiento, Denise Maerker y Azucena Uresti) que no la hicieron de muebles, ya que su labor fue cuestionar a los candidatos con preguntas más o menos directas, aunque me parece que sí faltó rigor en esta parte de las preguntas --pero es lo que hay, qué más se puede pedir--.
El problema con este formato, que es algo que se debería modificar, es el poco tiempo que se le da a los candidatos para exponer sus ideas y propuestas (y ya de por sí sus ideas son bastante confusas), lo cual termina condicionando a los candidatos que ya no saben qué hacer para que sus propuestas se entiendan adecuadamente.
Por último, una vez más se demostró que los debates no son más que mítines políticos televisados y moderados, pues debates reales nunca los hay. Y no sucede porque los políticos (en este caso candidatos) no están hechos para debatir, sino para persuadir. Además, los políticos mexicanos suelen ser bastante acartonados, y en este debate pudimos corroborarlo.
Acerca del desempeño de los candidatos, hubo de todo. Margarita Zavala, en mi opinión, no tiene idea de lo que propone y dónde está parada. Comenzó con muchos nervios, y aunque logró recomponerse, terminó igual de perdida; de todos, fue a la que menos le creí. Estaba sobreactuada y sus argumentos a mí me parecieron insípidos, corrientes y plagado de lugares comunes. Y al final se aventó un discurso tipo Lupita D'Alessio, y menos le creí.
José Antonio Meade me decepcionó. De todos, fue el más acartonado, cuando le tocó hablar por primera vez, cual robot se presentó como si nadie lo conociera: "Hola, soy José Antonio Meade, y yo te propongo..."; parecía que estaba actuando en uno de sus spots, además de que era el que más rehuía e ignoraba a los moderadores. Meade no aprovechó el momento para ser él mismo y expresar de manera más amena sus propuestas y así conectar con la audiencia.
Andrés Manuel López Obrador, alias "AMLO", sabe que es su última oportunidad, y por eso ha echado todas las carnes al asador, pero el resultado ha sido (para él) catastrófico. Sus ideas y propuestas son más disparatadas que antes, y es incapaz de sostener sus argumentos, además éstos argumentos son en su mayoría retrógrados, puritanos, conservadores, inverosímiles y hasta absurdos. Y como era de esperarse, ignoró a los demás, evadió los cuestionamientos de los moderadores e hizo caso omiso de las preguntas de sus contrincantes, y al final terminó haciéndose la víctima, declarando que le estaban haciendo bullying.
El tema de la amnistía, que él propuso, fue el tema del debate en muchas ocasiones, tema que nunca supo dar por terminado porque la ternurita no puede explicar dicha propuesta, propuesta que él mismo ideó pero que no quiere o no puede explicar claramente, como si se trata de un secreto --secreto que sólo a sus fanáticos le compete saber--. La realidad es que AMLO no sabe lo que propone, y este tema de la amnistía hacia los criminales se le salió de las manos --porque en su afán de vender su personaje amoroso y misericordioso y espiritual, terminó peor que la mafia del poder que él tanto critica--, porque la propuesta es descabellada, y él lo sabe, por eso no sabe cómo darle vuelta al asunto; por eso evade los cuestionamientos al respecto y se pone a atacar sin siquiera haber respondido a las preguntas, o simplemente las ignora y se va por las ramas como sólo él sabe hacerlo.
Cuando por fin parecía que iba a responder y aclarar de una vez por todas el asunto de perdonas a su amigos los criminales, se puso a cantinflear y nunca dio una respuesta contundente y precisa; simplemente dijo que se reuniría con expertos y hablarían sobre el tema, pero nunca dijo qué clase de expertos y qué es lo que harían esos expertos.
Está más que claro: alguien que es incapaz de explicar una propuesta y que además evade los cuestionamientos sobre la misma, es porque no tiene idea de lo que propone y/o sabe que su propuesta es aberrante e inconcebible.
Vimos al López Obrador de siempre. El que no argumenta, el que no polemiza, el que se queja, el que se victimiza, el que ignora, el que evade, el que se contradice y el que se aprovecha de la ignorancia del pueblo que él tanto idolatra. López Obrador es grotesco.
A pesar de tener buenas propuestas, es decir, las menos peores, Ricardo Anaya me parece una persona demasiada pasmada, bastante inexpresivo y no transmite muchas emociones. En el debate lo vimos tal cual es: frío y sin personalidad. Expuso sus propuestas de manera gris y se lanzó contra AMLO; lo acusó de mentiroso y demás, y al igual que el resto, habló mucho pero no dijo nada. No mostró nada nuevo y su participación fue gris. Pero, a pesar de todo, yo lo considero la competencia directa de Meade.
Por último, El Bronco lo único que aporta es humor (en las campañas y en el debate). Una persona tan abyecta no puede ser presidente; si es capaz, sin miramientos, de proponer amputarle las manos a los delicuentes, entonces es capaz de todo. Fue el único que movió el debate, sí, que le puso sabor, sí, pero yo ni en drogas votaría por un candidato tan vil como él.
Cada sexenio, cada campaña, cada debate es lo mismo: políticos engañando a diestra y siniestra, vendiendo ideas falsas y realidades utópicas. A la gente nunca le dicen la verdad, siempre se les engaña. Los problemas del país no los puede resolver un partido político o un candidato, y mucho menos se pueden solucionar en un sexenio.
Los problemas que enfrenta México van más allá de propuestas de campaña. Son tan complejas, que un sexenio no alcanza para explicarlas.
Foto | EFE
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