Era idéntica a Fátima Ptacek. No tenía un rostro tan hermoso como el de Fátima, pero su físico era sugerentemente atractivo, provocador, y sexual.
Fátima Ptacek es una de esas chicas que no aparenta su edad. Si alguien me dice que tiene 24, le creo. Y es que esas piernas y esos enormes ojos no se ven muy seguido en una adolescente de 15 años.
Así es, el párrafo anterior es un prefacio para darle inicio a esta pequeña y curiosa historia sobre una joven de 15 años que estaba casi igual de sabrosa que Fátima Ptacek, la actriz y modelo que apenas es una adolescente (aunque no lo parezca). Se trata de una joven de destino deconocido para mí, que aún hoy la recuerdo muy bien, ya que sus atributos físicos me llamaron la atención y siempre despertaron en mí la calentura que ya de por sí tenía a flor de piel, además de que me dejó un agradable recuerdo de juventud.
Esta historia sucedió hace relativamente mucho; yo aún estaba en la escuela primaria --por eso digo "relativamente" (?)--. No recuerdo cuántos años tenía yo, pero era un hecho de que estaba viviendo la edad de la punzada.
En la pequeña ciudad donde yo vivía, muy cerca de mi casa, había una tienda (la típica "tiendita de la esquina") --y en serio era una tiendita, porque se trataba de un local de 4x4; un burdo cajón de madera donde no cabían ni 10 personas-- la cual yo a menudo frecuentaba. Dicho changarrito era atendido por una familia que no recuerdo su apellido, pero sí recuerdo que la mandamás de ésta familia y la tiendita era una señora regordeta de nombre Ana, aunque todos en la colonia le decían Anita. Anita era la clásica señora bromista, dicharachera, y en ocasiones corriente y vulgar. Digamos que siempre estaba de humor.
Por lo que recuerdo, doña Anita no tenía esposo (era viuda o divorciada), así que era la jefa de la familia.
Yo, un puberto en aquel entonces, siempre iba ahí a comprar (Cheetos, dulces varios, y Coca-Colas de 2 litros). Y es así como aparece en esta historia la hija de doña Anita, una nena de entre 14 y 15 años, ¡pero con un cuerpazo de mujer! Lo que más sobresalía de ésta chica era su voluptuosa figura, pero si somos más específicos, sus pechos eran lo más llamativo, que las tenía bastante grandes. Asimismo, también era poseedora de un enorme trasero y unas gruesas piernas. Básicamente era igualita a Fátima Ptacek, aunque no tan delineada, no tan curvilínea, pero sí que se caía de buena. Era como una gordibuena, pues (aunque no del todo).
Curiosamente no recuerdo el nombre de ésta mamacita. Pero si divagamos un poco, el nombre que se me viene a la mente es Erika, aunque posiblemente dicho nombre se trate de un falso recuerdo... El caso es que la adolescente estaba tan desarrollada que no podías evitar saborearla cada vez que la veías. A mí me pasó un par de veces, donde no pude apartar la mirada de alguna parte de su cuerpo.
Pongan atención a esta parte de la historia que está muy lujuriosa: en una ocasión, cuando fui a comprar a la dichosa tiendita, ella estaba sentada en una silla prácticamente abierta de piernas. Traía puesto unos diminutos shorts negros de mezclilla muy ajustados, y pues cuando me acerqué (ella se encontraba viendo un pequeño televisor que tenían) la atrapé con las piernas abiertas, y ya sabrán cómo lucía... Ella rápidamente cerró las piernitas porque se percató que su posición era un tanto sugerente; estaba sentada de frente a la ventanilla donde atendía, recargada hacia atrás y con los pies en una mesa, cuando llegué a la tiendilla, sus piernas apuntaban hacia mi pervertido rostro, y por supuesto que lo primero que mis ojos se apresuraron a ver fueron sus torneadas piernas abiertitas. La había atrapado posando como modelo de Playboy. Y claro, durante este suceso ocurrió una pausa de varias milésimas de segundo, esto mientras yo veía sus piernas (y más allá) y ella ponía su mirada en mi cara, para luego acomodarse de manera más decente. Y entonces aquel momento tomó tintes incómodos, pero durante la transacción todo volvió a la normalidad. Qué recuerdo tan sucio e inmoral, mejor ya no lo sigo contando.
En otra ocasión, recuerdo llegar nuevamente a la tienda y encontrarla con un ¡escotazo!; se le veían unas tetotas enormes. Era un escote de verdad; hasta se le veía parte del brasier, y además, no sé si sea otro falso recuerdo, pero se trataba de un brasier de encaje. Cabe resaltar que tenía senos grandes pero un tanto caídos, creo que porque eran demasiados grandes, aunque existen sostenes que te los levantan, pero ella (al parecer) no los usaba. En aquella ocasión, cuando lucía el escote, recuerdo haber lamido sus senos con la mirada... En serio, me les quedé viendo casi con la boca abierta, y de hecho (que es una imagen que recuerdo de manera muy nítida) su madre, doña Anita, me atrapó justo cuando mis ojos rebotaban entre los deliciosos senos de su hija. Ah, qué momento aquel. La doña me quedó viendo como diciendo "cochino", pero con cara de burla, o algo por el estilo. En fin, el caso es que "Erika" (si es que ese era su nombre) estaba sabrosísima, la muy condenada.
Quiero aclarar que ella no significó nada para mí. Es decir, ni me gustaba y ni mucho menos me llegué a enamorar de ella. No, no fue mi primer amor. Y no es que fuese fea, tenía un bonito rostro, no era así de "¡qué bruta, qué rostro más precioso tiene!", no, para nada, pero era linda. Linda en un término medio. Digamos que era aceptablemente atractiva. Era una chica medio morenita, simpática. ¿Que si la deseaba? Por supuesto que sí, la deseaba, ¡se me antojaba!, y hasta fantaseaba con ese manjar; la quería desvestir y hacer cochinadas con ella.
No la recuerdo muy bien de cara (de otras partes sí), pero podría asegurar que tenía cara de niña inocente, o lo que muchos conocen como Lolita. Pero no se hagan ideas erróneas sobre ella, no era una Lolita como tal, aunque sí alcanzaba a entrar en dicha categoría.
Ella asistía a la misma escuela primaria que yo (que estaba cerca mi casa [por cierto, ella vivía a una cuadra y media de mi casa]), sólo que ella iba en el turno de la mañana, y yo (un huevonazo) iba en la tarde. En una de mis compras en la tiendita (y haciendo uso de mis oídos de murciélago), me enteré de que sus dotes físicos no eran proporcionales a su intelecto. Y es que recuerdo que, cuando me aproximaba a la tienda, escuché a su hermano (sí, tenía un hermano, que era un cholo wanna be) decir que la habían regañado en la escuela por no haber llevado la tarea (o porque no la había hecho bien). Es más, si mal no recuerdo, a sus 14/15 años, aún no iba ni en sexto de primaria, lo cual indica que había reprobado algunos años escolares. Es más, creo que siempre le iba de la patada, porque algunas veces la veía regresando de la escuela con el rostro desencajado, frustrada, con cara de pocos amigos.
De hecho, ahora que me doy cuenta, ni siquiera debía haber estado cursando la primaria, sino la secundaria, por lo menos. Ya estaba grandecita, muy grandecita, para estar asistiendo a la primaria.
He aquí otro momento caliente digno de contarse: una vez, cuando yo iba de camino a la escuela, junto a mis amigos imaginarios, la desarrollada Erika apareció detrás de nosotros corriendo de manera apurada. Se dirigía a la escuela (sin uniforme escolar) a toda prisa por algún motivo (quizá había olvidado algo). Durante este sprint que se estaba aventando, era evidente que sus suculentas carnes no le permitían correr de manera ágil y rápida, así que yo y mis calientes amigos veíamos cómo mi cuasivecina se aproximaba con un leve jadeo, pero lo que más llamó nuestra pajera atención eran los rebotes de sus bubis. Mientras corría --que el camino hacia la escuela era casi una pendiente--, los senos se le movían para todos lados, y como eran grandes, el espectáculo era igualmente mayor. Además, traía una blusa algo escotada que hacía que sus pechos casi, casi se le salieran, lamentablemente no ocurrió ningún accidente con su blusa, y sus tetas jamás se nos revelaron.
Muy candente la chica, ¿no? Y eso que apenas tenía 14/15 añitos. Vale la pena decir también que su abundante trasero provocaba muchas fantasías (y muy vívidas). Su retaguardia era grande, no tan bien diseñado, pero nalgeable y muy deseable; era un trasero que necesitaba ser ejercitado, creo yo. Eran unos glúteos que no se veían espectaculares porque en esa parte la grasa se había encargado de empañarlas, pero bueno, no todo es perfecto. Aunque hay que decir que cuando se ponía sus shorts, era altamente atractiva.
Y ahora el trágico final.
Luego de algunos momentos como los antes relatados, donde me eché varios tacos de ojo, y donde también, durante mis erupciones hormonales, le dediqué varias, llegaría el momento en que todo pasaría a formar parte del recuerdo.
Después de un tiempo, la tiendita cerró. Como yo y nadie de mi familia sabía el motivo de dicha clausura, se me vinieron varias teorías a la mente: que el negocio había quebrado, que no había quien atendiera (tan ocupados ellos), o que simplemente doña Anita y compañía se mudarían de la colonia. Y pues resulta que el motivo tuvo que ver con ésta última teoría, nada más que no todos se mudaron, sólo doña Anita, y se mudó para siempre, a un lugar donde todos algún día nos mudaremos: la muerte.
La tienda había cerrado porque Anita se había enfermado de leucemia. Decían los chismes que la señora ya estaba en cama y que ya no se levantaba para nada. Que sus hijos ya no salían por cuidarla, de hecho, también decían que habían dejado la escuela por estar con su madre... Y quizás sí era cierto, pues en múltiples ocasiones pude ver a la tierna pero madura Erika transitando por la calle hacia rumbo desconocido, posiblemente a la farmacia, porque a veces veía que en las manos cargaba una bolsita de plástico transparente con cajitas y otras cosas dentro. Además, algo que siempre llamó mi antención, es que siempre se vestía con pants y una camiseta o sudadera perjudida, es decir, con fachas, pandrosona. La enfermedad de su madre la había consumido por completo, y ya ni se arreglaba.
Un día, creo que cuando me dirigía a la escuela, vi que en la parte superior de la tiendita había un moño negro. Se trataba de la impactante cinta de luto, que en todo lo alto anunciaba la muerte de Anita.
Doña Anita había muerto. Después de enterarme del deceso, nunca más volví a ver a Erika y su familia. Lo que sí veía a diario era el intimidante lazo negro que colgaba de la tiendita, la cual, al parecer, habían dejado abandonada, pues el famoso moño negro permaneció ahí durante un buen tiempo.
Al transcurrir los meses, me enteré de que Erika y su hermano se habían ido a vivir con otros familiares a otra ciudad (lejos del pasado). Claro, para ese entonces ya hacía mucho que no la veía; la última vez que la vi fue precisamente cuando lucía toda descuidada caminando por la calle con la mirada perdida. Esa fue la última vez que pude apreciar sus muslos y su trasero (que era lo único que pude ver bien).
Pasaría otro lapso de tiempo, y mi familia y yo también nos mudaríamos de la ciudad, dejando también el pasado, aunque no tan trágico como el de la sabrosa Erika, para así terminar ese pequeño episodio de mi interesantísima vida juvenil.
Esta historia la quise contar porque, después de un tiempo de conocer a Fátima Ptacek, de repente se me vino a la mente la imagen de Erika y su sensual figura, y cuando me puse a profundizar sobre el cuerpo de Fátima y su edad, se me vinieron las ya mencionadas anécdotas de Erika, protagonista de uno de los tantos recuerdos calenturientos de mi adolescencia.
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