Tigres: no hay que llegar primero, sino saber llegar

Una final aceptable. Sin brillantez. Intenso y hasta emocionante por momentos, pero sólo por momentos; como siempre suele suceder en el balompie mexicano, fue una final que se jugó con lo que alcanzó. El vencedor de ésta confusa final fue Tigres (sí, otra vez Tigres), que levantó su título número siete.

La final del Clausura 2019 parecía tener los ingredientes necesarios para que viéramos una serie de encuentros reñidos, disputados y, sobre todo, intensos; llenos de pasión y espectáculo. No fue así. Lo que vimos fue lo mismo de siempre: una final gris, deslucida y con dos equipos que jugaron con lo que les alcanzó.

Al León, por ejemplo, se le acabó la racha en el momento menos indicado. Rompió el récord de más partidos ganados, jugando a un gran nivel, pero en la Liguilla se fue desinflando hasta estancarse en un nivel donde sólo sobrevivía gracias a empates y la posición en la tabla. En la final se terminó por descomponer.

Tigres fue el que siempre ha sido en los últimos torneos: irregular e inconsistente. Inició con resultados mediocres, pero llegó hasta la Liguilla, no sin antes perder una final ante Rayados de Monterrey (la Concachampions, para no variar).

Como era de esperarse, Tigres despertó en la Liguilla donde con solidez se metió hasta la final, la cual la terminó ganando sin mucha lucidez y porque también el rival ya no supo cómo despertar.

La típica final del futbol mexicano
Si yo le digo a usted que el mejor equipo del torneo, es decir, el más ganador, el más goleador; el equipo con la mejor defensiva, que ligó 12 partidos sin perder, y que además contó con el goleador del torneo, Ángel Mena, y que se convirtió en el gran favorito para ser campeón, pero que en las semifinales el equipo se comenzó a colapsar --donde Mena ya jamás volvería a anotar-- hasta perder la final (una final sin goles, por cierto) ante uno de los equipos más irregulares de la competencia, Tigres, que con solo cuatro goles en liguilla le alcanzó para obtener el campeonato, seguramente usted no me creería.

"¡Cómo es eso posible!", exclamaría usted, y yo le diría que, aunque usted no lo crea, sucedió. Sucedió en la Liga MX, una liga donde todo es posible. Una liga donde para ser campeón no hay que llegar primero, sino saber llegar.

Así lo demostró Tigres, y así lo comprobó León. Nada estaba escrito. León no pudo contra sí mismo, pues al final el León mismo fue su propio rival. Tras venirse descomponiendo, León trató de arreglar la situación, pero se modificó tanto a sí mismo que ya no le alcanzó para competir ante un equipo regiomontano con más experiencia y con mejor conocimiento de sus capacidades y estrategias, aunque no las explotó del todo, pues éste Tigres es capaz de jugar mucho mejor.

La final, como ya es una costumbre, quedó a deber; ambos equipos tenían lo suficiente para lucirse en el campo pero ninguno de los dos se atrevió a ir más allá. Aunque León en un principio intentó darle vuelta al marcador global, poco a poco su intensidad y coraje se fueron diluyendo para terminar cayendo en el futbol soso de Tigres, que con el mísero marcador global se llevó la victoria; con un pobre y vacío empate a cero goles a Tigres le bastó.

A ese nivel de mediocridad es capaz a veces de llegar el futbol nexicano. Lo vimos en ésta final: León se tropezó antes de llegar a la meta, y fue así como Tigres aprovechó para colgarse otra medalla.

Lo que vimos, pues, fue el futbol mexicano en su máxima expresión. La liga, ya decíamos, donde no hay que saber llegar primero, sino saber llegar. Y, de hecho, donde tampoco hay que ganar, porque con un insípido empate a cero goles también puedes ser campeón del futbol mexicano, la liga donde todo es posible. La liga que, si usted no lo viera, no lo creería.

Foto | MMexsport