Es la primera vez que converso con una persona que me ha confesado estar infectada con VIH, es probable que en mi vida haya conocido muchas personas con el VIH, pero ella es la primera persona que me lo dice. Su humildad y temor marcado en el rostro me provocó un sentido inmenso de solidaridad y apoyo.
Su caso es el más común dentro de la estadística del virus: ama de casa que se contagió por la negligencia sexual de su pareja. Su aceptación de la vida de sumisión y baja autoestima que la llevó a infectarse, demuestran su actual coraje por sobrevivir. Su mayor alegría es tener una hija sana, producto de esa relación que la marcó de por vida, ahora se dedica a luchar por su vida, por el futuro de su hija y por los demás.
Cada vez que recuerda lo sucedido llora, no lamentándose por sus errores, y quizás sí deseando regresar el tiempo, sus lágrimas son por su hija, pues a pesar de no tener ninguna sintomatología del síndrome, sabe que los retrovirales podrían fallar, y dejar a su pequeña sola es algo que no puede aún considerar.
Ahora dicta talleres de prevención; dice que duplica su día a 48 horas, sabe que nada está dicho y que mucho puede pasar mañana, pero más que todo así como ella, hay muchos más que viven la experiencia para entenderla y hacen que nosotros los que estamos libres, nos unámos a concienzar y entender que ser irresponsables nos puede matar.
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